Breakfast at Tiffany's de Truman Capote

 


El pasado año, el grupo norteamericano de Nevada The Killers, publicó la canción "Dustland" en la que contó con la colaboración especial de Bruce Springsteen. En este tema que reúne los tópicos clásicos de la cultura norteamericana del siglo XX y en definitiva, aquellos que han creado y han creído una generación, el vocalista Brandon Flowers comienza con una frase que es toda una declaración de intenciones: "...una serenata en pantalones vaqueros. Moon river, ¿qué has hecho de mí? Yo ya no creo en tí." En efecto, Moon River es la pálida recompensa para un corazón que dedica la vida a perseguir sus sueños. Por lo demás, una de las composiciones musicales más bellas y fundamentales del pasado siglo XX y un hallazgo originado por un genio, Henry Mancini, que supo en una simple partitura dotar de banda sonora al sofisticado encanto de aquella Audrey Hepburn y al ambiente que Blake Edwards quería para su película, un cuento de hadas que, aunque no exento de cierto desencanto y sustrato lumpen, resulta sensiblemente diferente a la novela de Truman Capote, "Breakfast at Tiffany's". Pero la fuerza arrebatadora del cine, de aquella manera de hacer cine, ha permitido que muchos de nosotros, cinéfilos y lectores, hallamos llegado antes a una película de 1963 que a una novela de 1958. Y esto puede ser un problema. O no. Moon river, ¿qué has hecho de nosotros?.


Truman Capote sitúa su novela en el momento que la escribió, finales de los cincuenta, pero un flashback permite que la trama por entero discurra en los comienzos de la década de los cuarenta y el periodo de la Segunda Guerra Mundial si bien, en el banal Nueva York de Holly Golightly, poco se hace notar esta circunstancia si exceptuamos los problemas que encuentra el ciudadano medio para comprar mantequilla de cacahuetes. Un problema minúsculo para el ciudadano de a pie si tenemos en cuenta que hablamos de una Guerra Mundial pero una circunstancia que transmite a la perfección el egoísmo y lo superficial de una sociedad. Si ya era así en la década de los cuarenta ¿qué escribiría Truman Capote sobre la sociedad del año 2024?


Holly es en definitiva una soñadora empedernida que no renuncia a su objetivo a pesar de que, desde sus primeros años de vida, sólo ha encontrado crueldad y miseria. El resultado es una joven provinciana de veinte años que intenta sobrevivir en la selva de asfalto que es el Nueva York de los cuarenta. Lo hace prostituyéndose con señores mayores (aquí es, abiertamente, una prostituta) y colaborando (menos ingenuamente que en la película) con la Mafia, recibiendo cien dólares por visita a Sally Tomato en Sing Sing y transmitiendo después la información. Holly es tan irresistible que en su buzón, después de su nombre, escribe: "de profesión, viajera". Y efectivamente, así actúa. Porque es fácil perder su pista durante unos días, quizá semanas. Incluso es sencillo, en ese periodo de tiempo, llegar a temer por su vida. Nunca elige las mejores compañías. Pero ella se deja vivir y en el fondo de toda esa cochambre siente la luz de la esperanza que, en realidad, le obliga a seguir creyendo en una vida mejor. Sortea sus depresiones llamándolos "días de malea" (días rojos, en la película) y su presencia es errática para cualquiera que la conozca o trate de formar parte de su vida. Truman Capote la compara, en el relato, con la dama de "Alarma en el expreso" ("The lady vanishes". Alfred Hitchcock. 1938) y en definitiva, si no fuera de esta manera, no volvería tan loco al pobre amigo Fred. Este personaje es otra de las grandes diferencias con la película donde George Peppard realiza una impecable interpretación. La figura literaria de Holly eclipsa de tal manera el resto de personajes que algunos, en este caso, el que debiera ser el segundo más importante de la obra, ni siquiera tienen nombre. Aquí el amigo Fred es como el gato. Ninguno de los dos tiene nombre. Así como en la película tenemos a un prometedor escritor de orígen polaco (Paul Varjak) en el relato sólo es "el amigo Fred" porque a Holly le recuerda a su hermano. 


La ausencia del final feliz en el libro y la consagración de una existencia errática, una ingenua mujer fatal cuyo futuro no dejará nunca de estar entre tinieblas, es la mayor diferencia con la película que aporta, para deleite del público más receptivo, un colofón almibarado, con gato encontrado y abrazo bajo la lluvia. La realidad (literaria) es mucho más cruda y la viajera no encontrará jamás hogar ni reposo. La mayoría de sus viejos conocidos en Nueva York la han olvidado y aquellos que la recuerdan, tienen un bonito argumento para una novela por siempre inacabada (el amigo Fred) o una copa vacía que servir, noche tras noche (el camarero Joe Bell, personaje que no aparece en la película). Lo cierto es que tanto Bell como el amigo Fred, llegan a dudar de su supervivencia. Un subsuelo amargo termina por emborronar los brillos de los diamantes de la joyería Tiffany's donde Holly encuentra un leve sosiego. La relación con el amigo Fred no llega a ser tan sentimental en el relato como en la película quizá porque para Holly, el amor verdadero ya no es algo conquistable, ni siquiera real. Ella solo pretende cazar a un viejo rico para poder obtener la vida que desea. 

Audrey Hepburn como Holly y George Peppar como amigo Fred

Una vez vista la película es imposible leer el relato de Truman Capote sin poner cara a todos los personajes. En realidad, la Holly cinematográfica es una auténtica creación de Audrey Hepburn en lo que ella misma consideró un reto interpretativo. El mayor de su carrera. Si cumple o no con la Holly literaria no me parece tan claro. Es la versión más elegante que aquel personaje podía tener. De igual manera, la canción Moon river es la mejor versión que se podía plasmar de esa melodía que en el relato se describe como nómada, agridulce, desganada y penosa. Su letra, en el relato, es: "No quiero dormir, no quiero morir, sólo quiero seguir viajando por los prados del cielo". Mientras que en la canción de la película, Johnny Mercer tendría preparada una de sus mejores creaciones: "...estamos persiguiendo el final del mismo arco iris, esperando a la vuelta de la esquina, mi amigo Huckleberry. El río de luna y yo". Agridulce es el mejor adjetivo, tanto para la novela como para la película, si bien el componente agrio es mucho más hondo enmla obra de Truman Capote.



El libro "Breakfast at Tiffany's" de Truman Capote se completa con los relatos "Una casa de flores", "Una guitarra de diamantes" y "Un recuerdo navideño" de los que hablaremos en otro momento.

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