La esencia de un lugar de encuentro

 

Domingo Belled, a los mandos del Ragtime. A las teclas del que siempre será su piano. Domingo llenando de música las noches de los viernes y de los sábados.

Un piano negro que nació en Norteamérica, en los albores del siglo XX y que, dios sabe cómo, terminó recalando en un pisazo del centro de Zaragoza donde, parece ser, enmudeció antes de tiempo. Un nuevo viaje, una nueva vida, una luz justo cuando ya comenzaban sus teclas a perder toda esperanza de ser acariciadas. Un bar. No un bar cualquiera. El Ragtime. También en el centro de Zaragoza. Una concienzuda puesta a punto y de nuevo, a deleitar con su característico y genuino sonido a melómanos llegados de quién sabe cuántas zonas distintas, dispersas y alejadas de este ancho y gordo mundo.

14.11.2024

Llegó Domingo. Domingo Belled. Llegó con kilómetros y kilómetros a la espalda de viajes por Europa siempre con la música como su modo de vida; el pulso de las teclas como el único latido que movía su corazón. Empezaba este artículo con ese primer párrafo después de celebrar el 91 cumpleaños de Domingo, una madrugada, en el Ragtime. El artículo se titulaba "la esencia de un lugar de encuentro" y debía estar dedicado a este héroe de la noche zaragozana. Pero antes de poder publicarlo sobrevino su fallecimiento. Hoy debe aparecer como un texto de despedida y no estaba destinado a ello. Pero se empeña la vida en ser infinita y las personas únicas que tenemos la suerte de conocer, en dejar un hueco irreparable. Domingo Belled dejó su hogar en Holanda para regresar a su tierra natal (natural de Pina de Ebro) y para encontrar un nuevo hogar, el que vibra entre las paredes del Ragtime. La parroquia de este ya legendario e irrepetible local zaragozano acogió a Domingo y fue su nueva familia. Se ha contado ya muchas veces pero en este lugar ocurrió uno de esos milagros que reconfortan y reconcilian con la humanidad. Y ese milagro, ese acontecimiento, se repetía noche tras noche, los viernes y sábados. Domingo llegaba procedente de la residencia donde vivió todos estos años. Tomaba primero un café y después vasos de agua o alguna infusión. Pasaba las horas al piano. Generosamente regalando su experiencia, su arte, su inconfundible interpretación de los clásicos del jazz, de la rumba, del bolero, de la canción española, de la música de cine... Cualquier cosa que surgiera en una conversación, en una lista de canciones que alguien llevaba al azar, en un título despistado escrito sobre una servilleta... Daba igual. Él sabía tocarlo. Siempre en el ritmo y el tono adecuado. Costaba mucho imaginar a Domingo sin un piano. Parecía haber nacido con la huella de sus teclas impresa en sus huellas dactilares, incluso antes de ser monaguillo, cuando era niño, en la basílica del Pilar. Quizá en ese primer contacto con la música ya decidió dedicarse a ella por completo. Formó una banda, un conjunto, después fue director de una orquesta en Europa y su saber hacer y experiencia le permitieron acompañar con el piano a otros grandes músicos, como por ejemplo, a Charles Aznavour, una noche, en el Casino de Tánger. Fue condecorado con la medalla al mérito cultural por la Casa Real Holandesa. Fue un maestro incomparable, como así lo reconocen varios de sus alumnos y todos los colegas de la misma profesión que lograron conocerlo. Lo asombroso de todo aquello es que siendo una estrella (porque íntimamente brillaba como nadie, porque lo fue), fue el más generoso, haciéndonos partícipes a todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerlo, de su contagiosa pasión, de su mismo placer al tocar cada noche el americano piano negro del Ragtime. Aceptaba peticiones de los asistentes, de vez en cuándo se sentaba a deleitarnos con una conversación que deberíamos haber escuchado con papel y bolígrafo, porque siempre se aprendía algo fascinante escuchándolo; de repente, se levantaba de la butaca, cediendo el hueco a otros pianistas que intentaban hacer sonar el piano de la misma manera sin conseguirlo, agarraba su vaso de agua o su café, pedía permiso y se sentaba con nosotros. "¿Qué tal? ¿Se pasa bien?" -decía- y regalaba su franca y sincera sonrisa. Sonrisa limpia. Sonrisa amplia. Sonrisa de buena persona. Sonrisa de las que ya casi no quedan. Sonrisa que vamos a extrañar mucho. Como la sonrisa de "Smile", de Chaplin, que tantas veces interpretó al piano de manera magistral, delicada y muchas veces, a ritmo de swing, como a él más le gustaba. Después de un rato de conversación se levantaba y volvía al piano. En realidad, todos lo esperaban. No nos hubiéramos cansado de escucharlo. Jamás. Regresaba a su interminable "songbook". Su impagable repertorio. "Candilejas", "Moon River", "El Tercer Hombre", "Laura". Recuerdo que una vez alguien le pidió la canción principal de la banda sonora de "La vida es bella". Nada conocía de la película. Sin embargo, alguien localizó de alguna manera la partitura y la interpretó de manera magistral. Lo más fabuloso es que, además, permitía que cualquier asiduo al Ragtime saliera a cantar con él alguna canción. Incluso a este pelagatos que escribe le permitió balbucear acompañado por sus expertas manos al piano. Al respecto recuerdo una anécdota. Afortunadamente quedábamos pocos en el bar. Pocos que me tuvieran que soportar. El caso es que propuse "Smile" a Domingo. Él aceptó. El problema es que yo empecé a cantarla en formato "balada tristona" como había escuchado en voz de Nat King Cole, de Tony Bennett o de tantos otros...o incluso como suena en la película "Tiempos modernos". Pero a Domingo no le apetecía algo tan lento. Yo creí que, de repente, la había olvidado. ¡Qué desafortunado error!. Pues cuando cesé mi melancólica intervención, él comenzó a tocar la melodía en un animado ritmo de swing. Entonces volvimos a repetir la pieza en ese compás, mucho más divertida, dinámica y casi juguetona, y francamente me divertí como nunca antes lo había hecho cantando una canción. Hubo risas. Desde luego, Domingo rió. Javier Carasusán, a la batería, carcajeó. Pero los parroquianos que quedaban desperdigados por el bar también comprendieron la broma. El chiste era cómo un señor de 91 años tenía que enseñarle cuál era el ritmo de la vida y el compás de la felicidad a un tío de cuarenta años. De nuevo, aprendizaje. Siempre aprendizaje ante una persona extraordinaria. Así que para siempre identificaré el recuerdo de Domingo Belled con la canción "Smile" y con su sonrisa. Él lo hubiera querido así.


La esencia de las noches del Ragtime giraba en torno a Domingo Belled. Él contribuyó de manera especial a que todo fuera más mágico aún. Javier Carasusán a la batería, José Antonio Giménez al bajo, Gregorio López con sus tangos, David del Barrio con su voz, Tony con sus listas de canciones... Creo que todos hemos quedado algo más huérfanos y su espacio, su ausencia, va a ser profunda, su hueco nunca va a ser ocupado, como ha declarado Jesús Laboreo, dueño de Ragtime, en Heraldo de Aragón; pero también va a servir para reivindicar su memoria, su recuerdo, cada fin de semana que este bar continúe con su buena música y su sabor a hogar, a lugar de encuentro, a ese sitio "donde todo el mundo conoce tu nombre" parafraseando la canción de Cheers, ahí donde todo puede empezar de nuevo.

Recapitulo, por último, que hay un poema que nunca le entregué pero que está dedicado a él. Lleva el nombre de una de sus composiciones más exitosas: "Ta-Va-Cha" (Tas-Va-Cza). Ahora seguro que sabe de él. ¿Quién sabe? Quizá le guste. Los que quedamos a este otro lado de la orilla lo hacemos, en parte, para recordarte y cada vez que crucemos el umbral del Ragtime, para honrarte. Personalmente, Elena y yo te queríamos y te echaremos de menos pues el tiempo se nos escapaba entre los dedos sin darnos cuenta pero en realidad, no se nos perdía sino que era todo aquello tiempo ganado. Tiempo aprovechado. Tiempo en el que aprendimos qué dichosa puede ser una vida cuando caminas de la mano de una pasión, de la mano de la música; cuando dedicas el tiempo a compartir aquello que tienes y sabes hacer bien. Cuando te das a los demás con una generosidad que cada hace más falta en este Mundo que mañana tendrá la desfachatez de continuar girando como si nada. Nadie ha regresado para contarlo. ¿Quién puede asegurarlo? Quizá también tú cuentes con una nueva vida en otra parte como ocurrió como el viejo piano norteamericano del Ragtime.

Lanzo ahora un beso a una nueva estrella que brilla por ti hoy, ordenando un poquito más el inmenso caos nocturno del universo en una frenética e improvisada partitura de jazz solo para piano. Gracias por todos estos años que nos has regalado. 



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